La obesidad puede conllevar diferentes problemas y secuelas en el organismo. Las secuelas genitourinarias más frecuentes que derivan de la obesidad son la incontinencia urinaria, cálculos renales, alteraciones en la menstruación, cáncer de próstata, y lesiones benignas y malignas en el útero y en los pechos.
En primer lugar, la elasticidad de la vejiga de un individuo sano permite acumular una elevada cantidad de orina. La obesidad puede provocar una compresión de la vejiga urinaria, y por ello, su capacidad de retener la orina se ve seriamente afectada. Esto suele derivar en incontinencia urinaria, que será más severa según el tipo de obesidad y el nivel de desarrollo de ésta. Además, frecuentemente, el exceso de alimentos que suele ingerir una persona con obesidad provoca que el riñón se sature o se vuelva insuficiente para filtrar y eliminar los desechos metabólicos. En estos casos se acumulan produciendo cálculos renales («piedras en el riñón»), y otros problemas y patologías renales serias.
La obesidad suele provocar alteraciones hormonales y metabólicas que en las mujeres derivan en trastornos del proceso de ovulación, maduración del óvulo y de la menstruación. La acumulación de grasas alrededor del ovario también puede provocar estos problemas ginecológicos. Además, la obesidad puede desencadenar lesiones graves en el útero y en los senos, y enmascarar tumores al no poder ser palpados cuando aún están en fase temprana.
En los hombres, la consecuencia de de estas alteraciones hormonales y metabólicas suelen derivar en cáncer de próstata.
Muchos de estos problemas pueden controlarse y solucionarse de manos de médicos especialistas que determinen cuál es el tratamiento más adecuado para cada caso, aunque mientras que padezcamos obesidad, pueden reaparecer y/o agravarse, por lo que lo más importante es prevenirlos desde el principio adelgazando y eliminando la obesidad de nuestras vidas.
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