Diferencias entre un vino joven, un crianza y un reserva
Es clásica la diferenciación entre vinos jóvenes, crianzas y reservas. Pero no por ser algo dado a veces por asumido hay que dejar de explicarlo. A primera vista se podría decir que la diferencia es que un vino joven no tiene barrica mientras que un reserva tiene mucha más estancia en roble que el crianza. Pero hay más.
Para entender bien las diferencias entre los vinos jóvenes o vinos del año, los crianzas y los reservas hay varias claves: el viñedo que se utiliza, el proceso de fermentación y la vida del propio vino una vez embotellado.
La antigüedad del viñedo
La primera diferencia entre unos vinos y otros tiene lugar en el propio viñedo. Los parámetros de las uvas en cuanto a maduración y calidad varían en función de cada uno de los vinos, como los que puedes encontrar en el comparador vinos.wine.
Los vinos jóvenes utilizan viñas también más jóvenes. Uvas que cuentan con maduraciones más largas y unos taninos más suaves. De este modo se consiguen vinos más afrutados y con menos estructura, que se presentan menos agresivos que los vinos de crianza y reserva.
Por su parte, los vinos de crianza y reserva suelen realizarse con uvas que proceden de viñedos viejos, es decir, de más edad. Por ello, las uvas que se utilizan para su elaboración tienen posteriormente una mayor carga de taninos y polifenoles.
La maduración y atenuación de los taninos es uno de los procesos más importantes en la evolución de un vino. En realidad, de ella depende en gran parte la calidad final de un vino. Su presencia en boca es fácilmente reconocible pues se perciben como una sensación secante en las encías y el paladar.
Diferencias en la fermentación
Sin duda, otra de las grandes diferencias entre cada uno de los tipos de vino ocurre en la fermentación.
En el caso de los vinos jóvenes, no se maceran demasiado el mosto y los hollejos. Se utilizan además temperaturas de fermentación bajas con las que mejoran sus aromas afrutados. El resultado: vinos más suaves y aromáticos, que no resulten muy astringentes en boca.
En el caso de los crianzas, las fermentaciones son en cambio largas. Se utilizan para ello temperaturas más elevadas para extraer un mayor número de taninos y compuestos. Todo ello aporta estructura al vino. La barrica, con su paso por el vino debe mejorar sus cualidades.
El uso de la madera
La madera es la estilista del vino. Aporta el equilibrio perfecto y la complejidad aromática precisa para que este pase de ser un buen vino a un gran vino.
Por ello, la crianza es una de las fases más importantes en la elaboración de vino. Es una de las etapas más largas y que más puede impactar en las cualidades organolépticas, influenciando tanto sobre el perfil aromático como el gustativo del vino.
Modelar el vino del año para potenciar los caracteres positivos y conservarlos en el tiempo, y a la vez eliminar o minimizar los negativos es una tarea difícil, que requiere gran experiencia. Para la crianza, los enólogos escogen las distintas maderas que se pueden encontrar en el mercado: roble americano, francés, caucao…
Tiempo de crianza en barrica
Los tiempos de crianza del vino serán distintos y darán como resultado vinos diferentes, Así, cuando nos encontramos con un vino crianza, lo más habitual es que este en la barrica un periodo mínimo de seis meses y otros seis meses en la botella.
Si es reserva, lo normal es que el vino este 12 meses en la barrica y 12 meses en la botella antes de salir al mercado.
Más allá de estas generalidades, cada denominación de origen marca los tiempos en función de sus estatutos.
¿Cuánto tiempo aguanta un vino?
En cuanto a la duración desde que se embotella hasta que se consume, también son distintas en función de si nos encontramos con un vino joven, crianza o reserva.
Los vinos jóvenes suelen tener duraciones más cortas en su consumo que los crianzas o reserva. Así, al joven se suele conocer con el sobrenombre de vino del año y cuenta con una vida de consumo de un máximo de 3 a 5 años, dependiendo del vino.
Un vino de crianza puede aguantar de 5 a 8 años. En cambio, los reservas pueden aguantar muchos años en función de su elaboración.
¿Cuánto tiempo aguanta un vino embotellado y cuándo consumirlo?
Como cualquier ser vivo, el vino tiene una curva de vida con fases bien diferenciadas. Esta curva toma forma de campana invertida y llega a su máximo al cabo de unos meses o años, dependiendo del vino en cuestión. A partir de ese momento, la curva decae con una mayor o menor rapidez hasta llegar a anularse. Es el momento en que un vino resulta imposible de beber o está “avinagrado”, según el lenguaje popular.
La duración de esta curva depende por supuesto del tipo de vino y de las características de la añada. Hay vinos en los que este periodo se alcanza en meses y que enseguida dejan de ser idóneos para su consumo mientras que algunos grandes vinos tintos pueden llegar a superar los 40 a 50 años.
En casos muy puntuales, los grandes vinos generosos pueden incluso llegar a vivir en condiciones óptimas más allá un de los 100 años.
La duración en botella según los tipos de vino
En cuanto al tiempo óptimo de consumo de los vinos, si bien puede variar en función de numerosos factores, se pueden establecer algunas normas generales:
Los vinos rosados han de beberse por lo general antes. De hecho, es recomendable que se consuma durante el año siguiente a su embotellado, aunque ciertos rosados pueden aguantar hasta los 2 años.
El vino blanco disfruta de algo más de vida que los rosados, pero menos que los tintos. Con todo, hay diferencias entre los blancos jóvenes y los que cuentan con crianza en barrica. Un blanco joven es recomendable beberlo entre un año y dos después de su embotellado. Un blanco con crianza en barrica, puede extender su momento óptimo de consumo entre los tres y los cinco años.
En los vinos tintos, los momentos de consumo óptimo cambian entre el joven, crianza, reserva y gran reserva. A la hora de comprar vino tinto hay que tener muy claro ante que tipo nos encontramos a nivel de crianza en barrica. No será lo mismo un vino tinto joven que un crianza, un reserva o un gran reserva.
El tinto joven se recomienda consumir antes de dos años desde su embotellado. El tinto crianza puede extender su consumo óptimo entre los dos y cinco años una vez embotellado. Por su parte, el tinto reserva puede disfrutar de unos tiempos de guarda comprendidos entre los seis y diez años.
El vino tinto gran reserva es el que mayor tiempo de maduración puede alcanzar. El momento óptimo de consumo puede extenderse de media hasta los 15 años, si bien hay grandes reservas con gran calidad que pueden llegar a aguantar en un estado óptimo e incluso mejorar a lo largo de las décadas.
Los espumosos son vinos que con el paso del tiempo van perdiendo gas carbónico. Por ello, se recomienda consumirlos en el año, con un periodo máximo de dos años en buenas condiciones.
Por su parte, los vinos generosos varían mucho según el tipo. En los vinos de Jerez, para el fino y el amontillado se recomienda un año; para el oloroso de 5 a 10 años y para el ‘cream’ hasta 15 años. Hay vinos generosos fortificados que pueden aguantar mucho más de este tiempo en botella.
El correcto almacenamiento del vino
El vino necesita estar en unas óptimas condiciones de almacenamiento para poder conservarse de una manera adecuada. En primer lugar es de vital importancia que desde la bodega se haya llenado el tapón de manera óptima sin que se haya introducido oxígeno y sin dejar que este entre a través del propio tapón, que debe ser de corcho de calidad o de otro material adecuado y, muy importante, hermético.
A la hora de almacenarlo es de una importancia capital que el vino se mantenga una temperatura adecuada y sobre todo constante. Todo ello, debe ir acompañado de la conservación de las botellas en posición horizontal o invertida.
De este modo, conseguiremos que el corcho permanezca elástico y en contacto con el vino. De este modo, las cantidades de oxígeno que pueden penetrar en la botella se pueden considerar nulas. En ese momento estaremos hablando de una crianza en botella en un ambiente reductor, que es el adecuado.
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