El Club Residencial Imperial se encuentra situado en P.º Imperial, 26 de Madrid. Tiene una capacidad para 354 plazas y entre sus condiciones de admisión está la de ser mayor de 60 años. El precio de este Club Residencial es de unos 1.232 euros al mes aproximadamente. Todas las habitaciones cuentan con teléfono y baño geriátrico, además de disponer de mobiliario adaptado y cerradura de ceguridad con tarjeta.
Durante la época estival, la residencia pone a disposición de sus clientes una piscina de verano. También cuenta con universidad de mayores, abogado, inmobiliaria y garaje.
Entre sus servicios podemos citar los siguientes: odontología, oftalmología, servicio médico permanente, actividades recreativas, actividades socioculturales, podología, fisioterapia, cocina propia, gimnasio, capilla, servicio médico/psicogeriátrico, centro de día, excursiones, fiestas, hidroterapia, rehabilitación, terapia ocupacional, aire acondicionado en zona común, servicio religioso, enfermería, biblioteca, sala de lectura, trabajador social, ATS/DUE.
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Señores del Club Residencial Imperial .
Soy una ciudadana Peruana , sobrina de Don JOSE OJEDA RINCON
se que vive en vuestra Residencia, tengo muchos deseos de co
municarme con el,no se si esta en condiciones de hacerlo, no
se si maneja e-mail, Mañana 16 es su Cumpleaños, y quiero
saludarlo, mandarle muchos abrazos y besos, espero poder te-
ner la suerte de que vosotros le deis el mensaje, estaria muy agradecida.
Yo vivo en LIMA, Peru, y vivo agradecida eternamente al tio
pues por EL, logre adoptar un niño en Madrid, tiene 32 años,casado, padre de dos niñas preciosas, MIRANDA y MI –
CAELA, que acaba de venir al mundo hacen 20 dias.
Espero tener la gran suerte de que le llegue esta nota.
Muchas gracias por vuestra atencion.
Silvia Gamon de Llosa.
Soy José Mª Borras Le escribo en nombre de mi padrino Jose Ojeda del Rincón al que tengo aqui a mi lado que me dicta lo siguiente:
Querida sobrina.
He recibido tu mensaje de un dia antes de mi cumpleaños me he alegrado mucho saber de ti y del buen desenlace de tu peticion.
Mi ahijado Jose Mª me ha abierto esta cuenta de correo de gmail donde puedes contactar conmigo. Los de la residencia ya me enseñaran a manejarlo.
Mi salud es regular y estoy convaleciente por ahora. Salgo a la calle casi cada dia acompañado de mi bastón. Espero daros un abrazo pronto.
Muchos saludos y quedo siempre a tu disposición.
Jose Ojeda
[email protected]
Hola primo espero leas oh te comuniquen estas noticias.Pese a vivir tan lejos uno de otro me acuerdo mucho de ti y espero verte pronto.Como es mi deseo espero te encuentres bien de salud, por aqui todos seguimos bien.
Tal vez este año pueda hacerte una visita.
Muchos abrazos desde Montreal Canada.
tu primo.
Eduardo del Rincon
En el museo romano de Villa Giulia el guardián de la Sección Quinta continúa su
ronda. Acabado ya el verano y, con él, las manadas de turistas, la vigilancia vuelve a ser
aburrida; pero hoy anda intrigado por cierto visitante y torna hacia la saleta de Los
Esposos con creciente curiosidad. «Estará todavía?», se pregunta, acelerando el paso
hasta asomarse a la puerta.
Está. Sigue ahí, en el banco frente al gran sarcófago etrusco de terracota, centrado bajo
la bóveda: esa joya del museo exhibida, como en un estuche, en la saleta entelada en ocre
para imitar la cripta originaria.
Sí, ahí está. Sin moverse desde hace media hora, como si él también fuese una figura
resecada por el fuego de los siglos. El sombrero marrón y el curtido rostro componen un
busto de arcilla, emergiendo de la camisa blanca sin corbata, al uso de los viejos de allá
abajo, en las montañas del Sur: Apulia o, más bien, Calabria.
«¿Qué verá en esa estatua?», se pregunta el guardián. Y, como no comprende, no se
atreve a retirarse por si de repente ocurre algo, ahí, esta mañana que comenzó como
todas y ha resultado tan distinta. Pero tampoco se atreve a entrar, retenido por inexplicable
respeto. Y continúa en la puerta mirando al viejo que, ajeno a su presencia, concentra
su mirada en el sepulcro, sobre cuya tapa se reclina la pareja humana.
La mujer, apoyada en su codo izquierdo, el cabello en dos trenzas cayendo sobre sus
pechos, curva exquisitamente la mano derecha acercándola a sus labios pulposos. A su
espalda el hombre, igualmente recostado, barba en punta bajo la boca faunesca, abarca
el talle femenino con su brazo derecho. En ambos cuerpos el rojizo tono de la arcilla
quiere delatar un trasfondo sanguíneo invulnerable al paso de los siglos. Y bajo los ojos
alargados, orientalmente oblicuos, florece en los rostros una misma sonrisa indescriptible:
sabia y enigmática, serena y voluptuosa.
Focos ocultos iluminan con dinámico arte las figuras, dándoles un claroscuro palpitante
de vida. Por contraste, el viejo inmóvil en la penumbra resulta estatua a los ojos del
guardián. «Como cosa de magia», piensa éste sin querer. Para tranquilizarse, decide persuadirse
de que todo es natural: «El viejo está cansado y, como pagó la entrada, se ha sentado
ahí para aprovecharla. Así es la gente del campo». Al rato, como no ocurre nada, el
guardián se aleja.
Su ausencia adensa el aire de la cripta en torno a sus tres habitantes: el viejo y la pareja.
El tiempo se desliza…
Quiebra ese aire un hombre joven, acercándose al viejo:
-¡Por fin, padre! Vámonos. Siento haberle tenido esperando, pero ese director…
El viejo le mira: «¡Pobre chico! Siempre con prisa, siempre disculpándose… ¡Y pensar
que es hijo mío!».
6
-Un momento… ¿Qué es eso?
-¿Eso? Los Esposos. Un sarcófago etrusco.
-¿Sarcófago? ¿Una caja para muertos?
-Sí… Pero vámonos.
-¿Les enterraban ahí dentro? ¿En eso como un diván?
-Un triclinio. Los etruscos comían tendidos, como en Roma. Y no les enterraban,
propiamente. Depositaban los sarcófagos en una cripta cerrada, pintada por dentro como
una casa.
-¿Como el panteón de los marqueses Malfarti, allá en Roccasera?
-Lo mismo… Pero Andrea se lo explicará mejor. Yo no soy arqueólogo.
-¿Tu mujer?… Bueno, le preguntaré.
El hijo mira a su padre con asombro. «¿Tanto interés tiene?» Vuelve a consultar el reloj.
-Milán queda lejos, padre… Por favor.
El viejo se alza lentamente del banco, sin apartar los ojos de la pareja.
-¡Les enterraban comiendo! -murmura admirado… Al fin, a regañadientes, sigue a su
hijo.